En el némesis, cuando los ángeles todavía caminaban sobre la tierra al lado de sus conjéneres mortales, un ángel quiso cambiar las cosas, un ángel quiso cambiar las reglas, un ángel quiso jugar a ser Dios con el fin de darle la gracia de la inmortalidad a su joven concubina mortal...
Jugó a un juego prohibído, jugó a un juego peligroso, jugó a un juego arriesgado... jugó con la vida y la muerte, que, por desgracia para todos, terminó con un resultado nefasto... todo fue pasto de las llamas, todo quedó reducido a cenizas... un hombre encapuchado que ocultaba siempre su rostro y con guadaña en mano vino a por un cuerpo inerte y a por un corazón desolado.
Una reluciente y dorada lágrimas se desprendió y cayó en alguna parte, un juramento fue hecho a lo lejos, unas alas de un blanco impecable fueron desplegados en ese instante y los mortales pronto nos vimos caminando solos, sin el reconfortante sonido de pisadas inmortales, el largo camino hacia el envejecimiento y la muerte, el camino hacia la parca, sin la presencia de nuestros compañeros eternos.
Nunca nadie supo la razón, nunca nadie entendió el por qué, nunca ningún humano aprendió la leccíon y es que nunca se le debe entregar tu corazón a un inmortal, pues aunque su amor sea eterno y abrasador, nosotros no lo somos.
Ellos se alejaron de nosotros para salvaguardar sus nobles y puros corazones de nuestras frágiles y delicadas manos, que antes o después los dejaban caer, ya que no tenían ni fuerzas para sostenerlos.
La soledad y la desdicha embargaron los corazones mortales, quienes se sintieron desorientados y heridos profundamente por la partida de sus compañeros. Pero el manto del olvido es fuerte sobre nosotros, los mortales, a diferencia de los inmortales, y pronto nos vimos arropados por el olvido, borrados ya los preciosos recuerdos sobre los momentos que pasamos con ellos y que tanto nos hacían añorarlos. Y antes de darnos cuenta no los recordábamos, no eran para nosotros más que meros mitos, parte de los cuentos que se contaban al amparo del fuego del hogar en noches de invierno.
Mientras tanto, en algún lejano lugar, las lágrimas de oro seguían brotando sin parar por un pasado que nunca ni querría olvidar, por un error que nunca podría enmendar, por un corazón que nunca se podría recomponer...
Tantas deslumbrantes perlas doradas desprendidas desde entonces cayeron sobre un oscuro manto que envolvía el mundo entero, que nosotros llamamos noche, adornaron esa oscuridad dándole una luz y una vida que no supo darle al causan de su dolr, a la ama de su corazón.
Jugó a un juego prohibído, jugó a un juego peligroso, jugó a un juego arriesgado... jugó con la vida y la muerte, que, por desgracia para todos, terminó con un resultado nefasto... todo fue pasto de las llamas, todo quedó reducido a cenizas... un hombre encapuchado que ocultaba siempre su rostro y con guadaña en mano vino a por un cuerpo inerte y a por un corazón desolado.
Una reluciente y dorada lágrimas se desprendió y cayó en alguna parte, un juramento fue hecho a lo lejos, unas alas de un blanco impecable fueron desplegados en ese instante y los mortales pronto nos vimos caminando solos, sin el reconfortante sonido de pisadas inmortales, el largo camino hacia el envejecimiento y la muerte, el camino hacia la parca, sin la presencia de nuestros compañeros eternos.
Nunca nadie supo la razón, nunca nadie entendió el por qué, nunca ningún humano aprendió la leccíon y es que nunca se le debe entregar tu corazón a un inmortal, pues aunque su amor sea eterno y abrasador, nosotros no lo somos.
Ellos se alejaron de nosotros para salvaguardar sus nobles y puros corazones de nuestras frágiles y delicadas manos, que antes o después los dejaban caer, ya que no tenían ni fuerzas para sostenerlos.
La soledad y la desdicha embargaron los corazones mortales, quienes se sintieron desorientados y heridos profundamente por la partida de sus compañeros. Pero el manto del olvido es fuerte sobre nosotros, los mortales, a diferencia de los inmortales, y pronto nos vimos arropados por el olvido, borrados ya los preciosos recuerdos sobre los momentos que pasamos con ellos y que tanto nos hacían añorarlos. Y antes de darnos cuenta no los recordábamos, no eran para nosotros más que meros mitos, parte de los cuentos que se contaban al amparo del fuego del hogar en noches de invierno.
Mientras tanto, en algún lejano lugar, las lágrimas de oro seguían brotando sin parar por un pasado que nunca ni querría olvidar, por un error que nunca podría enmendar, por un corazón que nunca se podría recomponer...
Tantas deslumbrantes perlas doradas desprendidas desde entonces cayeron sobre un oscuro manto que envolvía el mundo entero, que nosotros llamamos noche, adornaron esa oscuridad dándole una luz y una vida que no supo darle al causan de su dolr, a la ama de su corazón.
Vie Oct 14, 2011 9:15 pm por Brooke Shine
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